Era hija de un poeta y de una mujer interesada por la ciencia. Vivió en una época en que ser mujer, poeta y científica, era un disparate inconcebible. Tenía imaginación procedente de un padre que la abandonó en busca de lo no encontrable y curiosidad proveniente de una madre que despechada le insufló amor por las matemáticas para no encontrar en su alma vestigios de la romántica debilidad de quien se fue.
Se casó y tuvo tres hijos con absoluta convicción.
Acudía a cenas donde conoció a todo tipo de gente. Se encontró a un loco que hablaba de una máquina calculadora que llamaba motor analítico y le creyó, tradujo su utopía y se atrevió a hacer anotaciones en esa traducción. Incluso se atrevió, que osadía, a construir un programa para aquella máquina que usaba tarjetas, un programa para el calculo numérico.
Ella no sabía que había ayudado a crear una primigenia computadora antecesora de lo que hoy estoy utilizando para escribir y lo que estáis utilizando para leerme. Quizás sin ella todo esto no hubiera sido posible. Ella era Ada Byron condesa de Lovelace. Una historia extraordinaria para una mujer extraordinaria, la primera programadora de la historia, la que usó las matemáticas para desarrollar su portentosa imaginación.
Quizás esto no sea una historia cotidiana, me hubiera gustado que lo fuera.
© 2008 Alma
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¡ Salud !
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